jueves, 4 de octubre de 2018

Fictober 2018: Compartir la cama (Día 1)

Posted by Malena on octubre 04, 2018 with 2 comments



Gris. Ese era el color que predominaba en el pequeño cuarto. Paredes grises, piso gris, techo gris. Sin ventana por la que ver el sol asomarse por la madrugada. 
El tiempo parecía haberse congelado. Los minutos parecían eternos y las horas nunca pasaban. Lo único que marcaba el paso del tiempo era la pequeña llanura de la puerta que se abría cada tanto para dejar pasar una bandeja con comida. 
Se podía encontrar una cama contra la pared opuesta a la puerta, y un retrete en el lado izquierdo. No había paredes que separaran el baño del dormitorio. 
Y en el centro de la habitación, una niña. Sentada con las piernas cruzadas, remera y pantalón blanco, sin zapatos. El pelo castaño le caía suelto por la espalda, enmarañado. Sus ojos verdes clavados en un punto fijo de la pared que tenía en frente, mirando sin mirar. Rememorando los días que había pasado con su familia, rodeada de sus padres y hermanos, acompañada. Mucho antes de que los atraparan. Y a ella.
No sabe cuánto tiempo estuvo así, pero cuando el sueño comienza a hacer pesados sus párpados, se levanta y camina hasta la cama. Mira una última vez la estancia, vacía como siempre, siendo ella su única compañía. Pero no quiere estar sola, no quiere dormir sin nadie a su lado. Así que hace lo que sabe hacer, lo que ellos le dieron el poder de hacer. 
Sus ojos brillan, cambian del color verde a un amarillo fosforescente, y se siente estirar hasta partirse en dos. Entonces cuando el amarillo desaparece, se encuentra con otros orbes del color del jade, idénticos a los suyos pero sin ser del todo propios. Otra niña, misma ropa, mismo pelo, misma cara. Regala una sonrisa a su nueva compañera, y ella le devuelve una parecida. No hay palabras de por medio, no las necesitan, pues lo que piensa una lo piensa la otra. 
La niña se da vuelta hacia la cama y se mete entre las sábanas, dejando un espacio para que lo ocupe su otra yo. Y eso hace. Como si fuese un robot, la copia se cobija en la cama y la enfrenta, sin decir nada. La niña entonces le da la espalda y pronto siente los brazos conocidos rodearla, abrazándola. 
Finalmente cierra los ojos, dispuesta a dormir y soñar con los nuevos tiempos que vendrán, donde podrá ser libre de aquellos que la vigilan. Imagina que esos brazos no son de su clon, sino de otra persona, su hermana o su madre. De aquella manera puede compartir la cama con alguien, y momentáneamente la soledad desaparece. Ese es el único favor que los de las batas fueron amables de otorgarle.

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